martes, 13 de abril de 2010

PRIMAVERA DE 1995




No sé por qué razón me vino a la mente una imagen de hace muchos años.
Sonó el timbre para salir al recreo.
Aparté la mesa de mi camino y salí corriendo de ese cubículo rectangular que me apartaba de todo el mundo exterior. Bajé los escalones de dos en dos, de tres en tres... sí... ya estaba fuera.
Miré al cielo buscando algo que me hacía falta y ahí estaba, un sol radiante en lo alto de mi cabeza. Unas pequeñas nubes a lo lejos, pero de esas blancas que conforman una unión especial con el cielo azul celeste. Una bonita mañana de primavera y yo, era libre por media hora. Caminé a paso ligero por todo el patio en busca de algo que hacer. ¿Jugaría al fútbol esa mañana? No... un día tan bueno no podía desperdiciarse de esa manera. ¿Qué tal si jugaba al pilla-pilla con ese grupo a lo lejos? No... no me apetecía malgastar esos treinta minutos detrás de alguien y mucho menos escapando de cualquiera. No... ya tendría tiempo de correr más adelante...
Caminé pensativo un rato más, hasta que vi una canica en el suelo.

-¡Qué suerte! - pensé.

Estaba claro, un hallazgo como ese no podía desperdiciarse. Tenía que probar suerte. Sí, suerte. Esa fue la palabra clave ese día. Me dirigí al fondo del campo de fútbol, donde se concentraban todos los chavales jugando con esas vidriosas esferas y sí, probé suerte. Sólo tenía una oportunidad de ganar, así que aposté a lo más alto y por casualidades de la vida gané un gran puñado de canicas. Más de las que nunca había podido contar, más de las que nunca había tenido juntas. Todas de colores, todas brillantes. La satisfacción de sentir bajo mi poder a todos esos diminutos mundos redondos no era comparable a ninguna otra victoria anterior.

Sonó el timbre de nuevo, el tiempo se me había agotado y yo estaba ahí presente con todo mi botín. Lo agarré bien fuerte y lo puse sobre mi jersey. Empecé a correr hacia clase. Corrí y corrí, con todas las canicas bien sujetas... mirando de nuevo al sol que ese día, más que nunca, me iluminaba. La dulce brisa me azotaba y me empujaba hacia adelante.

Por ironías de la vida, tropecé y caí al suelo sin poder evitarlo. Todo mi tesoro se derramó por el suelo del patio... todas las canicas se esparcieron a mi alrededor y evidentemente, todos los niños fueron a recogerlas entusiasmados por mi pérdida.
No pude levantarme, me giré de cara al sol, aún tumbado en el duro asfalto y empecé a reír.

Era feliz.

4 comentarios:

Misaoshi dijo...

Nada es gratis. Me di cuenta cuando encontré un billete de 20€ y a las semanas perdí yo uno.

Pero igualmente, los niños... qué maleducados, ¿ninguno te devolvió una canica de las que se te cayó?

Kurai dijo...

Intercambio equivalente...

Qué buena full metal!! xD

Kurai dijo...

Por cierto, me gusta que ahora escribas ^^

Pocas.Pecas dijo...

=)